
¡¡Vaya!!, los ministros de Asuntos Exteriores estaban un poco de los nervios después de que Super-Sarko dijera que probablemente no acuda a la ceremonia de inauguración de los JJOO de Pekin, en protesta por lo malos que están siendo con los pobres tibetanos.
Y es que Super-Sarko es uno de esos políticos que igual te vale para un roto que para un descosío. Es capaz de presentarse con su traje de super-heroe en los barrios más peligrosos y deprimidos del extrarradio parisino soltando un discurso fascistoide y llamando "escoria" a los manifestantes. Cuando se trata de salvar damiselas en peligro, no duda en subirse a un avión, aterrizar en Chad y sacar de allí a las muchachas devolviéndoselas a sus familias, sin perder su encantadora sonrisa de super-heroe.

Y ahora Sarko, que avivó las llamas del odio y el descontento de los más desfavorecidos insultándoles durante los disturbios del 2005, se convierte en el defensor de los derechos humanos y clama al cielo pidiendo justicia para los tibetanos (que no digo yo que no la merezcan)
La actitud del mundo con respecto a la dictadura china, es de una hipocresía vergonzante. Pero ¡qué le vamos a hacer! son un país increible, un inmenso taller clandestino donde millones de esclavos fabrican prendas que nosotros luciremos esta primavera, un mercado enorme al que venderle todo tipo de estupideces.
A Sarko pronto se le olvidará su última aventura, seguramente cuando la Bruni se lo lleve de tiendas o planee sus vacaciones en la Costa Azul.
Se le olvidará tan pronto como al resto de los mortales.
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